domingo, 31 de julio de 2011

Elia



Elia es una niña encerrada en el cuerpo de una anciana, ni ella misma sabe cuántos años tiene. Pasa los días de su cuarto a la cocina y de la cocina al porche arrastrando los pies, uno de ellos vendado todavía por esa úlcera que duró tantos años. A ratos, a lo mejor más de los que se pueden contar, espía a los vecinos desde la ventana de la cocina e inventa historias que luego intenta contar con su torpe manera de expresarse.

Mi Bufanda Favorita

Tenía que haberme quedado escondida, envuelta en la bufanda de cuadritos. Ajena a todo e inmune a las palabras que ahora bailan en mi mente y se pasean de un lado a otro, pisando fuertemente y clavándose como tacones en la arena.

Las Cholas de Alberto

Las cholas de Alberto son un recuerdo extraño de esa casa de cervezas, gritos, cámaras y acción.

El Sueño

Interrumpí su sueño varias veces con mi mirada metiche, pero era la única forma de llevarme algún recuerdo placentero de ese caluroso tren.

La Pareja Acordeón

Ellos cantan en pareja, quién sabe desde hace cuánto tiempo. Sus movimientos son parecidos, casi iguales. ¿Cuántas cosas habrán pasado juntos? ¿Cuántas veces habrán pensado en separarse? No creo que importe demasiado, están juntos y sonríen.

Burbujas y Salvavidas

Viven en dos mundo paralelos, conectados por burbujas de recuerdos compartidos.
Terminaron en la playa, la sensación de ahogo fue terrible. Desde entonces, ella jamás ha dejado de usar salvavidas.

Fantasmas

La alarma

La Cantimplora Helada

Cuando era pequeña vivía en una ciudad donde el verano nos perseguía todo el año. Hacía calor, muchísimo. En mi colegio se metía por todas partes, a pesar de estar hecho de concreto armado y suelos de granito. Lo más cercano a un aire acondicionado era estar sentado debajo del ventilador. Para intentar sobrellevar los días y las clases, algunos niños llevaban una cantimplora llena de agua fría, la de algunos sudaba hielo y eran esas, precisamente, de las que todos queríamos beber. No siempre nos daban, algunos tenían manías con la saliva y no querían compartir.

Los días de cola en el bebedero, lo único que nos consolaba era esperar la hora de la salida para comprar chupi-chupi, unos heladitos de agua y colorante sabor a refresco. Si en mi casa se hubieran enterado que los comía me hubiera ganado un regaño porque “quién sabe con qué agua estaban hechos esos helados”. Así que si me atrevía comprar uno lo comía con miedo, pero con alegría. Tantas horas esperando algo frío.

Tengo un cierto amor por la palabra cantimplora, me suena a mi abuelo Marco y a sus manos de piedra, a su extraño amor por el dedo meñique y a su sonrisa fina. A las manos de mi abuela haciendo bollos de maíz tierno y a los relatos perdidos de Elia. Es como si al escuchar esa palabra miles de recuerdos volvieran de algún rincón escondido a alegrarme el día. Nunca he querido volver a mi infancia, aunque a veces la extraño. Es la típica nostalgia de querer volver a algo que ya no existe y de ver a los que ya no están.

Creo que tengo muchísima sed, el niño con la cantimplora que suda hielo le tiene asco a la saliva ajena y la mía está vacía.